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Misa por el misionero Enrique Barbudo, presbítero marianista, fallecido el 1 de julio de 2019.

Espacio misionero diocesano de la Iglesia católica de Cádiz y Ceuta

Misa por el misionero Enrique Barbudo, presbítero marianista, fallecido el 1 de julio de 2019.

Os invitamos a rezar por Enrique Barbudo, presbítero Marianista, fallecido el pasado 1 de julio, en su tierra querida, Argentina.

Se celebrará una Eucaistía el martes, 16 de julio, a las 20’00hs, en la Iglesia de Ntra. Sra. del Pilar (junto al Colegio de San Felipe Neri).

 

Aprovechamos para compartir una pequeña biografía sobre Enrique Barburdo:

<“Partió con los zapatos puestos y llenos de barro

Poco después de la medianoche del día 1 de julio, falleció en la ciudad de Nueve de Julio, el padre Enrique Barbudo, sacerdote marianista. Desde el año 2006 se había reintegrado a la comunidad religiosa que tiene a su cargo la animación pastoral del Colegio Marianista «San Agustín» de esa ciudad.

Había nacido en Cádiz, España el 13 de marzo de 1935, en el hogar formado por Enrique Barbudo Duarte y María Teresa Escobar.

El padre Enrique cursó sus estudios en el Colegio Marianista San Felipe Neri en Cádiz, donde se fue introduciendo en el carisma de la congregación fundada por el Beato Guillermo José Chaminade.

En septiembre de 1954 hizo su primera profesión como religioso marianista. Prosiguió su formación universitaria en Madrid y en Friburgo (Suiza), donde obtuvo las licenciaturas en Filosofía y Teología, respectivamente.

Pero Enrique muy tempranamente, siendo todavía un joven hermano fue enviado a la Argentina, en 1958. Venía acompañando al P. Juan Ramón Urquía para encargarse de los jóvenes religiosos, temporales, que vivían en Brandsen, relativamente lejos de Buenos Aires y de los centros de estudios. En esos primeros años acompañó a los jóvenes escolásticos, consiguió que el escolasticado se trasladara a Buenos Aires y desarrolló una muy creativa labor educativa. Sus exalumnos de esos años nunca lo olvidan y siempre lo recuerdan con cariño y admiración.

Fue desde Buenos Aires desde donde partió al Seminario en Friburgo. Fue ordenado sacerdote en 1966, e hizo una especialización en pastoral en Bélgica, en el Instituto Lumen Vitae. En esos años mamó el espíritu del Concilio, espíritu que encarnó en él y que intentó vivir con suma coherencia.

A su regreso a la Argentina fue destinado a la comunidad de Nueve de Julio, recientemente fundada por los marianistas. Allí desempeñó variadas tareas como educador, siendo incluso rector del colegio durante un período. Pero lo que más lo hizo destacar fue la promoción de la pastoral juvenil en toda la diócesis de Nueve de Julio en la década de los 70. El movimiento juvenil, muy misionero, se extendió por toda la diócesis. Enrique también era el responsable de animar la nueva catequesis que venía de la mano del Concilio. Recorrió toda la diócesis animando esta transformación. Y se ganó la simpatía y admiración de todos los curas de la época, cosa nada fácil. Fruto de esa labor es el libro «Juventud Nueva. Experiencias y reflexiones sobre Pastoral Juvenil”, escrito en coautoría con Manolo Madueño y publicado en 1974.

En los albores de la década de 1970 surgió la corriente de Sacerdotes para el Tercer Mundo con la cual Enrique simpatizó. Ello le valió las sospechas de los militares que tomaron el poder en 1976. La dictadura militar, que desató el “terrorismo de estado” lo transformó en uno de sus objetivos. Por ello Enrique sufrió la persecución y tuvo que huir del país.

Pudo regresar en 1977, pero no a Nueve de Julio, sino a General Roca, Río Negro, a pedido de su obispo y amigo Monseñor Hesayne. Se hizo cargo de la Parroquia Cristo Resucitado, una hermosa parroquia, con un gran territorio de misión, pero que recién se estaba constituyendo como comunidad parroquial. Allí se ganó la vida dando clase en colegios públicos, desde donde hizo una extraordinaria labor de pastoral juvenil, captando para la Iglesia a muchos jóvenes que se fueron integrando en grupos misioneros, grupos juveniles, también como catequistas y en el grupo scout que fundó junto con e hermano José Manuel del Pozo. Su labor trascendió los límites parroquiales. Fue hombre de confianza de Monseñor Hesayne que lo nombró su Vicario para el Alto Valle del Río Negro. Su labor animando y acompañando a los sacerdotes, muchas veces aislados en la inmensidad de La Patagonia, fue de una caridad exquisita. El momento culmen de su participación en esa Iglesia particular de Río Negro fue la preparación y conducción del Sínodo diocesano (1983-1984) que vivió con pasión y supuso una profunda renovación de la esa Iglesia local.

En 1984 fue trasladado a Monte Quemado, Santiago del Estero. Casi dos décadas acompañó a esa comunidad. Una obra múltiple, donde se integraba la labor parroquial con la labor educativa (en los niveles secundario y terciario) y también la labor de promoción social, generando fuetes de trabajo (carpintería y agricultura) y también la construcción de viviendas con planes de autoconstrucción. Entre los múltiples dones de Enrique estaba también la albañilería.

Cuando los Marianistas tuvieron que dejar Monte Quemado fue para él un golpe muy duro. Tuvo la oportunidad de vivir un año sabático, misionando en Guatemala y volvió a la Argentina en 2006, siendo enviado nuevamente a 9 de Julio. Allí le fue asignada una doble tarea. Por una parte, la congregación lo nombró capellán del Nivel Secundario del Colegio. Pero, además, el obispo diocesano de entonces, monseñor Martín de Elizalde, le confió la atención de las capillas de San Pedro y San Pablo y Capilla San Antonio, ambas ubicadas en Ciudad Nueva, la parte más postergada de la ciudad. Acompañado a las religiosas que se instalaron a vivir en el Barrio celebró la fe, la Eucaristía y los sacramentos en las tres capillas de la zona: San Antonio, el Provincial y San Pedro y San Pablo.

Entre sus libros publicados pueden citarse, «El Señor se metió en mi casa» (Editorial Claretiana), «La Vida Consagrada. Don de Dios Padre a la Iglesia» (editorial PPC) y «Severiano Ayastui. El Santo andarín y hombre de Dios» (PPC). También escribió algunos ensayos y textos menores sobre la pedagogía y la espiritualidad marianista, entre los cuales se encuentran “El Espíritu Santo y la Vida religiosa marianista” (“Mundo marianista” 2005), “Algunas ideas sobre la Educación católica “, y “Educadores católicos. Discípulos y misioneros de Jesucristo“.

Para comprender un poco lo que significó Enrique para la Iglesia local de Nueve de Julio, es bueno escuchar las palabras del obispo Ariel Torrado Mosconi, que presidió la Misa exequial que se celebró en Nueve de Julio.

“Partió con los zapatos puestos y llenos de barro. Su legado fue la sencillez, el amor a la Iglesia y la cercanía a los pobres”. Monseñor Ariel resaltó que el Padre Enrique “fue un ícono del amor paternal de Dios para nuestra diócesis” y aseguró que hasta sus últimos días vivió con las virtudes que caracterizaron su vida consagrada: la sencillez y humildad, y su amor incondicional por los más pobres”.

Además, remarcó que el Padre Enrique “enriqueció a toda la diócesis de 9 de julio porque nos inculcó una profunda confianza en la misericordia de Dios, el saber que Él nos ama porque somos sus hijos y que jamás nos abandonará. Durante los últimos tiempos nos hablaba continuamente del cielo, nos decía yo ya estoy cerca y quiero saber cómo será. Siempre nos alentaba en la esperanza y la confianza”.

Su profunda vocación marianista y sacerdotal, le permitió atravesar las crisis eclesiales y congregacionales, y asumir con espíritu de fe decisiones que no compartía. Pero siempre antepuso su vocación marianista y su pertenencia a la compañía a sus propios deseos. Tenía la pasión de ser un misionero permanente, y una muy particular opción por los pobres y vulnerados. Esa misma fe le regaló la capacidad de ver al prójimo como a un hermano. Así concibió Enrique Barbudo su camino vital y así se convirtió en un servidor de Dios y de sus hermanos, especialmente de los más necesitados. Él siempre decía que “estaba en crisis”, en realidad era un eterno insatisfecho, un permanente buscador de lo mejor para la Compañía, para la Vida Consagrada, a la cual sirvió de muy diferentes maneras en la Argentina, y para la Iglesia que tanto amaba y tanto le hacía sufrir.

En sus últimos años pasaba horas y horas trabajando sencillamente en el jardín de la comunidad. Era su forma más sencilla, concreta, diría mística, de encontrarse con su Dios que habitaba en lo cotidiano, más fuera de la capilla que encerrado en ella.

El padre Enrique falleció en la madrugada del día lunes 1 de julio, tras sufrir una descompensación que provocó su internamiento en terapia intensiva en la clínica local. En esta fecha tenía previsto viajar hacia Buenos Aires, desde donde partiría a su tierra para visitar a su familia, sin embargo, emprendió otro viaje que deseaba aún más, llegar a los brazos de su amado Padre.>

Nos unimos a la Eucaristía dando las gracias al Señor por su vida. RIP.

#oremosXmisioneros

 

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