Cuaresma y Misión: IV domingo (Reflexión misionera)
En el cuarto domingo de #cuaresma, se nos ofrece una nueva oportunidad de reflexión misionera.
“Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre” (Papa Francisco en el Mensaje para la Cuaresma 2015).
Se corresponden textualmente con la lectura el evangelio de este domingo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16).
Esta expresión del evangelista san Juan refleja la experiencia más profunda del cristiano: Dios nos ha salvado al precio de la cruz de su Hijo. El Mensaje del Papa para la Cuaresma nos recuerda que Dios no es indiferente a la realidad de la humanidad. Él se interesa por cada uno de sus hijos con un interés que no es egoísta, sino que es fruto del amor y busca lo mejor para cada uno de nosotros. “Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros,nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede”.
Lo profundo de este amor se manifiesta en la entrega de Jesús por la salvación de cada uno de nosotros: “En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra”. La Iglesia simplemente continúa esa acción salvífica de Cristo. El Papa usa una imagen llena de significado: “La Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta”. Es una imagen muy bella de cómo la Iglesia tiene que realizar su misión: mantener abierta la puerta entre el cielo y la tierra para que el hombre, todo hombre, pueda tener acceso a Dios. La Iglesia lo hace “mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6)”.
Por desgracia, el mundo no reconoce este amor de Dios y “tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él”. Cree que puede salvarse por sus propias fuerzas. Y esta tentación hace mella, además, en los cristianos “nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos”. La Cuaresma en el tiempo privilegiado para hacer la experiencia de la inutilidad de los esfuerzos por salvarnos a nosotros mismos, que están inevitablemente abocados al fracaso. Pero “Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17), por lo que, abriéndonos confiadamente al don de su amor, acogeremos la misericordia de Dios.
La misión de la Iglesia es abrir las puertas de la salvación. El Papa expresa este deseo: “que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”. La misión de la Iglesia es mostrar como Dios se interesa por todos sus hijos; por eso es urgente la conversión: dejar de lado la indiferencia y manifestar la misericordia de Dios.
Juan Martínez,
OMP España
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